Perrohierro
No se trata del hombre que hay en el combate, sino que va del combate que hay en el hombre
Los ojos acusadores de un perro policía, con una estrella dorada en el pecho y una linda gorrita de patrullero en la cabeza, me miraban desde el otro lado de la sala. El relleno se escapaba de las entrañas reventadas del peluche. Me enfrenté a mi acusador y triunfé.
Me había presentado ante el comandante de la brigada en su puesto de mando avanzado, instalado justo la noche anterior en una juguetería en ruinas en el área de operaciones de la brigada. El personal se movía aquí y allá, pisando las cabezas aplastadas de muñecos y deslizándose en coches de juguete.
Se oían los sonidos habituales que se oyen en un puesto de mando táctico: los zumbidos de drones y los crujidos de la radio. El olor del intenso combate urbano flotaba sobre el lugar: ozono crepitante, gasóleo quemado, dátiles de palmera, excrementos de rata, leche agria derramada. Pero no flotaba el ruido, aparte de un perro solitario que ladraba a unas manzanas de distancia y algún que otro disparo enojado. A esta hora de la mañana reinaba todavía el silencio. Nuestros chicos aún no habían desayunado.
Una taza de café que me dio un capitán, sin azúcar: picante, fuerte, con un sabor negro y diestro, metálico como el alambre de navajas y los truenos. Desconecté de los otros aromas y concentraba mi mente solo en ese sabor y olor. La amargura se apoderó de mí y me convertí en ella.
El comandante de la brigada entró en la sala de operaciones, imponente como un golem, magnífico y mecanístico con su corte de pelo rapado, su pistolera y sus botas de comando con correas hasta las pantorrillas. El mando de una unidad de combate es principalmente una cuestión de un porte despiadado y teátrico. Su actuación teátrica te decía que le cortaría el cuello a cualquier persona, incluso la tuya, incluso tal vez la suya propia, para lograr los objetivos operativos dentro del plazo designado.
Me sentí abrumado por este monstruo resuelto, tal como era su intención. Si no hubiera sido por el café, habría llorado como un niño ante un extraño pavoroso. Tal como estaban las cosas, aguantaba la compostura lo suficiente como para permanecer en silencio y esperar a que actuase él.
Se puso en marcha hacia el centro de masa de la juguetería, se detuvo, se giró hacia mí y hacia mi taza que se encogía de pavor. Entonces el comandante soltó algunas palabras que sólo repetían lo que ya había visto en mis órdenes escritas: adjuntar a F.O.B. IRONHOUND, evaluar inteligencia, analizar, informar. Me perdí en sus ojos, bonitos como los de una muchacha a pesar de estar colocados como delicadas gemas en un brutalista campo cuadrado de cicatrices y cuero. Había en ellos una belleza chispeante que de alguna manera su bravuconería e insensibilidad no podían del todo ocultar.
-Por casualidad, mayor ¿está usted alucinando? ¿Alucinando como un jodido colgado de mierda?
-Señor, de acuerdo con la doctrina acordada para los trabajos de inteligencia, es procedimiento estándar la microdosis con LSD cuando se participa en el análisis activo de inteligencia operativa. Estuve centrado en esa actividad justo antes de venir aquí, señor.
No era estrictamente cierto: había tomado un papelito de ácido porque estaba superaburrido en el cuartel general mayor. En aquel momento de la mañana estaba bajando de un pico que me había aproximado sobre la medianoche, cuando las brujas habían volado en escobas entre los drones y unos dragones cabalgaban sobre bombas para después toser sus satisfacción fosforescente dondequiera que aterrizaran.
-Procedimiento estándar o no, no voy a soportar que nadie adjunto a mi unidad tomara drogas de ningún tipo. No habrá uso de alucinógenos aquí, ya sea que participe usted en análisis de inteligencia o no. ¿Me entiende, hijo?
-Sí señor, nada de ácido señor. Ni ninguna otra droga, señor.
-¿Alguna pregunta...? Permiso de marcharse.
Saludé y me di la vuelta, pero mucho antes de que siquiera pensara en moverme, el golem-comandante se abalanzó sobre uno de sus ayudantes y chupeateaba sus sesos, sacando los jugos de conocimiento de su cráneo. Yo no era nada para él, una distracción de menos relevancia que un trozo de relleno de las entrañas de un perro de peluche que se aferraba a sus botas militares de suela gruesa.
No había nadie al mando de F.O.B. IRONHOUND. Fue como un experimento de cómo funcionan las cosas sin dirección alguna. El comandante anterior del pelotón había sido evacuado por baja el día anterior. Ahora reinaba una lucha silenciosa por el dominio de la unidad entre tres sargentos reservistas que trabajaban en la misma startup tecnológica en el mundo civil.
Parecía que él que obtuviera el mando del pelotón obtendría así - cuando regresara a la vida civil - el control del desarrollo de una nueva aplicación que empleaba la inteligencia artificial en las plataformas de citas. Un marrón de forma y tamaño completamente normales en nuestro ejército.
Yo mismo podría haber asumido el mando temporal, pero ¿para qué molestarme? Si jugaba bien mis cartas, estaría fuera de allí en una o dos semanas. Involucrarse en la oscura política de las unidades de combate es un juego de profesionales. Y yo tenía mis propias preocupaciones.
F.O.B. IRONHOUND estaba ubicado en la biblioteca de la ciudad, considerada una estructura segura y robusta con buenos ejes de aproximación y campos de tiro despejados desde el techo para dominar el vecindario local. La biblioteca era probablemente el edificio más antiguo de la ciudad, con sólidas columnas de un grosor y un peso clásicos.
Tenía hermosas y espaciosas salas de lectura, ahora destrozadas hasta la mierda, con todos los libros en esa letra ilegible esparcidos por el suelo. Había un atrio interior donde una bandada de gallinas deambulaban entre los arbustos resecos y marchitos y una fuente ornamental de mármol, ahora seca. Una mujer local había sido asignada a la unidad como intérprete, pero como nadie quería hablar con los habitantes de la ciudad, ella simplemente cuidaba las gallinas y cocinaba el guiso del pelotón en una cocina improvisada en la sala de lectura del oeste.
Los soldados lisos no eran emprendedores tecnológicos como los sargentos. Eran duros agricultores y cuidadores de huertos que deambulaban por sus valles soleados con armas automáticas atadas a la espalda. Se amaban intensamente y odiaban a todo lo demás, a todas las personas, sobre todo a los sargentos y al excomandante de pelotón ahora de baja. Y a mí, naturalmente.
Los vi sentados alrededor de una hoguera en la sala de lectura del este, alimentando al fuego los libros arrancados de los estantes uno por uno. El desayuno estaba terminado y me lo había perdido. Ahora simplemente estaban acurrucados, esperando. Uno de ellos tenía una guitarra que rasgueaba desafinadamente. Los demás simplemente se agacharon o se tumbaron alrededor de la hoguera y miraron al vacío.
Me ignoraraban por completo. Yo no era más que un gafado pringao del estado mayor que no implicaba ningún misterio para ellos. Fui un libro abierto con una escritura ilegible que no merecía ningún esfuerzo por aprender. Un chico de ciudad, un blandengue. Apartaron la mirada de mí, o miraron con maligna indiferencia el espacio vacío que yo ocupaba.
Tenía hambre, así que me dispuse a buscar un desayuno tardío. Primero busqué a la sirviente-intérprete local que estaba arrojando semillas a las indiferentes gallinas en el espacio ornamental del atrio.
-¡Oye mujer! ¿Qué tienes para comer por aquí? ¿Por qué no me traes uno de esos lindos pollos para asar? - Proyectaba mi voz y resonaba agradablemente a través del espacio hueco, recorriendo los pasillos hasta dentro de las salas de lectura.
Guarden silencio en la biblioteca - ¡a la mierda!
-Ojalá estar muerta - dijo ella en su idioma. El hecho de que yo conociera la gramática de su propio idioma mejor que ella indicaba que ella no había sido una usuaria habitual de este tristemente tratado centro de cultura.
-Me gustaría poder acabar con todo. Ser mártir, no esclava.
-¿Qué tal si me preparas una de esas gallinas en una olla? - grité. -¡Hace un día que no como, coño!
Nuestro pequeño alboroto había llamado la atención y los soldados comenzaron a reunirse en las puertas que comunicaban las salas de lectura con el atrio. No pasaba nada allí a la biblioteca. Esta patética disputa era un algo. Y por tanto interesante.
Uno o dos de los chicos levantaron sus teléfonos móviles y comenzaron a filmar, en contra de las órdenes vigentes. No les dije nada.
La mujer estaba lloriqueando algo que no se podía entender. Todavía guardaba una distancia de ella pero levanté la voz un poco más.
-¿Me oyes, mujer? ¡Tengo hambre, necesito algo de comer!
-¡Oh Dios, sálvanos, Dios tenga piedad, deseo estar muerta y fuera de todo sufrir!
Saqué mi pistola y la amartillé.
-¿Me traerás un pollo o no?
-Piedad de nosotros, piedad de mí, tiempos tan malos, hombres tan malvados entre nosotros...
Caminé tres pasos hacia donde había una gallina picoteando nada en particular sobre la grava blanca, entre un ficus y un diminuto melocotonero marchito.
Disparé una vez. El ruido fue bello y resonante en ese espacio hueco. Las gallinas restantes se dispersaron, cloqueando locamente.
Recogí los restos ensangrentados de la gallina destrozada. Probablemente no quedaba mucha carne blanca de pechuga. La arrojé a las manos de la mujer llorona.
-Toma. Cocínalo para mí. Un poco de cuscús para acompañar.
Dio la vuelta y regresó al ala oeste, todavía clamando a su Dios para que la sacara de este mundo pecaminoso. Había sangre en sus manos, pero sólo literalmente.
Miraba hacia los hombres, quienes ahora me fijaban la mirada con una expresión diferente.
-Oiga, mayor, mientras espera usted a que se cocine, tal vez pueda comer un poco de mi hummus especial. Enviado especialmente de mi hermana.
-Sí, acérquese a nuestro fuego y caliéntese un poco.
-Acompañe a nosotros, señor. Lo nuestro es todo suyo.
Esa noche yo dormía entre estos hombres, mientras amontonábamos nuestros sacos de dormir para protegernos de la escarcha nocturna que se infiltraba en el cascarón resquebrajado de la única biblioteca de la ciudad.
Tiré otro libro al fuego y me acurruqué con ellos. Juntos soñaban un solo sueño, pero yo sólo podía soñar con gallinas reventadas y la sangre que se había filtrado a mi pecho de mártir y verdugo.
La Biblioteca de Babel, donde este cuento ya estaba escrito
NOTAS
Terminología militar
F.O.B. - Forward Operating Base, una Base Operativa Avanzada
Agradecimiento
Con admiración a Isaac Babel, el maestro absoluto del cuento.
El presente es una adaptación de su cuento "Mi primera oca" de Caballería Roja/Konarmiya (1926).
Una renarración o posiblemente una inversión de su historia de fuerzas cosacas soviéticas en la Guerra de Polonia de 1920.
Fuentes
Sobre el uso de LSD en la intelligencia militar, véanse:
'Microdosing: Improving performance enhancement in intelligence analysis' por Major Emre Albayrak USMC, Marine Corps Gazette February 2019
Sobre el Gólem en la Guerra Moderna, véanse:
Maya Barzilai, Golem: Modern Wars and Their Monsters (2016)